Última actualización 26/07/2022 por Dani Keral
Nueva York es un lugar donde las historias y los sueños vuelan ras de cielo. La ciudad donde todo es posible es, a su vez, la ciudad donde lo que es posible se convierte en leyenda. Estas son mis Historias Secretas de Nueva York, historias que surgieron inspiradas por imágenes y sensaciones que la propia ciudad me estuvo contando al oído.
«Es un secreto«. Me dijo
Pero yo sabía que Ella quería que las contara.
Índice de contenidos
Historias Secretas de Nueva York
Un saxo perdido en Central Park
Central Park respira almas en mitad de la isla de Manhattan.
El corazón de hojas de la isla de cristal y cemento late con la vida que una vez tuvo cuando esta era virgen de especulación y de edificios. Y late con la vida de los que, una vez, dejaron de respirarla.
Si recorres Central Park, te encontrarás con seres que una vez habitaron un países de maravillas,
lagos que son espejos para el mismísimo cielo y flechas que apuntan al firmamento construidas hace miles de años por civilizaciones misteriosamente inteligentes.
Pero en este lugar se refugian los recuerdos de los que amaron y lloraron, de los que temblaron y se excitaron.
Esta es la historia de un sonido que escuché una tarde de otoño, cuando lo recorría en solitario. Perdido en mis pensamientos comenzó a sonar una melodía, un saxo melancólico entonaba una melodía que ya había oído varias veces antes, pero no conseguía recordarla…
Seguí el sonido hasta donde parecía que se encontraba. Pero era confuso. Era como si viniese de todas las direcciones y de ninguna al mismo tiempo.
Finalmente conseguí localizar el lugar del que venía la melodía, justo a la derecha de donde me encontraba, tras un alto y denso seto.
Varios metros más adelante podía ver como mi camino giraba a la derecha, hacia el pasillo contiguo, el lugar del que estaba seguro procedía la melodía del saxo y, mientras la canción seguía sonando, caminé para sortear este último obstáculo.
Pero justo antes de girar hacia el pasillo donde esperaba encontrarlo, el sonido cesó. Un instante después encaré el pasillo y no vi a nadie. Solo una hilera de bancos y un objeto brillante encima de uno de ellos.
Caminé los metros que me separaban del objeto y descubrí que era el instrumento. Miré a mi alrededor y caminé un poco para encontrar al músico huido pero no vi ningún hueco donde pudiese haberse escondido y me di cuenta de que era imposible que no le hubiese visto, puesto que solo había dos posibles caminos, uno, por donde había aparecido yo y el otro, en sentido contrario, una recta de al menos 50 metros hasta que el camino se cruzaba con otro.
Extrañado, volví junto al saxo y lo cogí. Nunca había tocado uno, así que me limité a explorarlo con la mirada, y una pequeña inscripción llamó mi atención. Era un nombre: Charles Vorisek.
Tras saciar mi curiosidad, volví a dejar el saxo en el banco y levanté la mirada hacia la pequeña placa que estaba colocada en el banco, una como tantas otras que hay en los bancos de Central Park, usadas por las familias neoyorquinas para conmemorar a sus seres queridos.
Y entonces fue cuando me recorrió un escalofrío por la espalda al leer el nombre que estaba allí grabado.
La máquina del tiempo de East Village
En East Village la vida está viviéndose a si misma. Uno se da cuenta de que un lugar es especial gracias al aire que tu corazón respira: el de East Village entraba puro e inspirador, salvaje, artístico e inconformista. Así sucedió lo que me sucedió.
Caminando hacia el este por la calle 12, en dirección a Alphabet City, sentí como mis años retrocedían con cada paso que daba. Perdido entre infinitos y pequeños jardines del edén, lugar de encuentro de las pequeñas comunidades de vecinos, caminé como si el reloj marcase al revés los minutos y las horas.
Cabezas de hojalata llegadas del mundo de Oz se encontraban conmigo en mi camino, señalándome la dirección que tenía que seguir
hacia los pequeños laboratorios de tiempo que el barrio escondía dentro de sus cientos de pequeñas tiendas.
Mi adulto se iba haciendo cada vez más niño, encontrando cosas que ni siquiera creía estar buscando, mensajes salidos de la nada que me animaban a no renunciar a mis sueños diarios.
Mis ojos de niño se asombraban, sonreían, burbujeaban. Hacía aparecer océanos con delfines unicornio y árboles que daban juguetes.
Caminando torpemente, casi gateando, salí de las fronteras del East Village y volví lentamente a mi cuerpo de adulto… incrédulo ante lo que acababa de vivir mi cuerpo, un viaje increíble a través del tiempo.
No dando crédito a lo ocurrido, decidí volver a mi refugio, dudando de si lo que había vivido había sido un sueño. Era ya de noche y mi móvil ya no tenía batería. Miré entonces al reloj de lo alto de uno de los edificios. Pero no comprendí nada.
Tras unos segundos mirando sin entender lo que veía, comencé a reír a carcajadas.
Era mi niño, dando sus últimos coletazos, riéndose del adulto que solo entiende las cosas cuando están todas ordenadas.
Las tertulias secretas del Museo Metropolitano
Algunas voces dirán del Museo Metropolitano que es uno de los mayores almacenes de material expoliado del mundo gracias a los caprichos del dolar. Grecia, Egipto, Roma, totems tribales de las profundidades de Oceanía y África…, los tesoros mundiales que albergan sus salas es como dar una vuelta al mundo en pequeña escala.
No voy a entrar a juzgar esto pero, sin duda, gracias a este hecho, ha sido posible que se produzca una de las tertulias más apasionantes del mundo.
¿Quién no pagaría por participar en una conversación entre Marco Aurelio y Sócrates?
Porque eso es exactamente lo que sucede cuando el museo abre sus puertas cada día a los miles de visitantes que acuden a él. Lo único malo es que los visitantes no nos damos ni cuenta. Este es uno de los secretos mejor guardados de Nueva York, algo que desconocen incluso los propios neoyorquinos.
No es fácil de explicar, así que intentaré hacerlo de la forma más sencilla… Digamos que… las distintas piezas y esculturas, de roca, de marfil, de madera, conversan unas con otras sin moverse del sitio. ¿Cómo lo hacen? Muy sencillo, usando a los único elementos móviles que se encuentran frente a ellos: nosotros, usándonos como vehículo telepático, mirándonos a los ojos.
Porque sí, es cierto, nos miran. Creemos que somos nosotros los únicos que las miramos a ellas, pero esa mirada es recíproca: ellas también nos miran a nosotros (o es que nunca habéis tenido esa sensación de que un cuadro o una estatua os miraba… El mejor ejemplo lo tenéis a la Mona Lisa del Louvre).
Así que esas, aparentemente, inertes estatuas, clavan su mirada en nuestros ojos y ahí es donde dejan, en el fondo de nuestras pupilas, el mensaje telepático, el cual llevaremos hasta otra máscara, cuadro o estatua, la receptora del mensaje, cuando nos situemos frente a ella.
Y no es solo uno. No. Nuestros ojos pueden albergar infinitos mensajes, depositados por las múltiples piezas que deseen entablar conversación con otra compañera situada en otra estancia. Así por ejemplo, ocurriría una conversación como esta:
Marco Aurelio dice:
«Mensaje para máscara congoleña: ¿Cómo lo lleváis por allí? ¿Sabes ya si os trasladan de sala?»
Y el humano receptor, cuando llegue frente a la susodicha, entregaría, sin saberlo el mensaje. Y así esta podría optar si contestar o enviar otro mensaje a otra estatua diferente (¿nunca habéis tenido esa sensación, dentro de un museo, de querer volver a ver una obra que os ha llamado la atención?… No os engañéis, es que teníais que entregar el mensaje de vuelta).
Pero claro, estos infinitos mensajes alojados dentro de un mismo ojo conllevan un precio para el humano que los transporta. Por el exceso de información, comienzan a aparecer síntomas de cansancio, fatiga y embotamiento, una sensación de saturación que provoca que haya que terminar la visita de una forma urgente.
De esta forma es como el museo, ya vibrante y animado por las miles de visitas que lo recorren, vibra de forma invisible y silenciosa en otro plano, un plano del que los humanos somos totalmente ajenos…
Y os preguntaréis ¿cómo es que fui capaz de entender lo que ocurría?
Muy sencillo: porque es lo que yo mismo haría si fuese una estatua.
Estas son mis historias, las Historias Secretas de Nueva York, que ella misma me contó al oído.
¿Y a vosotros? ¿Las ciudades os cuentan cosas al oído?
Nota: como entrar a Estados Unidos es un poco intrincado, en este artículo cuento todos los requisitos para viajar a Estados Unidos: visa, ESTA, certificado de vacunación…
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Me ha encantado el paseo por East Village! Qué buen viaje a un NY que no repite lo de siempre. A veces vamos tan sobrecargados de información que no nos detenemos a escuchar lo que la ciudad nos cuenta 🙂
Un abrazo!
Hola Maru!! East Village es una joyita!!! A mi me encanta perderme en los pliegues de las ciudades, a veces dejándome llevar por cosas no tan habituales… y tiene sus frutos como oír los susurros que emiten.
Un abrazote!
Preciosas ideas, preciosas fotos, preciosos sentimientos, y, además, inteligentes.
Hola Francisco! Este es de esos comentarios que le alegran a uno la mañana, el día y hasta la semana entera. Me alegra que te hayan gustado las historias susurradas a mi oído!!
Un abrazo!
Gracias a este post me doy cuenta muchas cosas. un post interesante, te espero más los próximos posts interesantes, mucha suerte con el blog, me gusta mucho.
Me ha gustado mucho tu post, tengo en mente visitar NY y la verdad es que siempre este tipo de información no se encuentra en todos los sitios. Me guardo tu blog en favoritos. Un saludo!
Hola Carla, muchas gracias por el comentario. Nueva York es una ciudad apasionante, te la recomiendo 100%