Última actualización 30/05/2018 por Dani Keral
¿Cuántas personas conocemos a lo largo de nuestra vida? ¿Cuántas entran y salen de nuestra memoria como briznas de polvo solar que se cuelan por la persiana? Penetran, fulguran y, al final, desaparecen. Yo ya he perdido la cuenta.
Cuando conocemos a alguien por primera vez, un cronómetro invisible se activa y no para de sumar segundos durante todo el tiempo que nuestros cuerpos, nuestras voces, permanecen junto a esa persona. En el instante en que dejamos de tener ese contacto, el reloj se detiene y solo vuelve a iniciar su cuenta cuando volvemos a activar el vínculo.
Hay personas efímeras: tan pronto el cronómetro comienza su cuenta, este ya ha vuelto a su quietud. Otras hacen que el reloj esté en constante funcionamiento. Y hay otras que suman segundos de una forma continua durante un breve lapso de tiempo para, de pronto, detenerse.
Esas son las personas que conocemos en los viajes.
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“Viajar es nacer y morir a cada instante” dijo Victor Hugo. Los lugares nacen y mueren a nuestros ojos y nuestra memoria en menos de lo que dura un parpadeo. Lo mismo sucede con las personas. Como si de efímeros funerales se tratase, a algunas de esas almas con las que nos cruzamos ya no volveremos a verlas nunca más en nuestra vida.
Pero entre todas ellas hay algunas, solo algunas, que son realmente especiales, que sobreviven al fusilamiento selectivo que hace nuestra memoria. Esas son las Personas Maravillosas.
Viajar provoca una metamorfosis en el viajero: todo lo que nunca te atreverías a decir a un extraño en tu ciudad se convierte en necesidad durante tu periplo. Quizá sea porque los viajes hacen que conectemos con una parte muy íntima, ligada a nuestra esencia humana o quizá porque nos encontramos más libres para poder abrir nuestras emociones. En cualquier caso, lo importante es que dentro de nosotros duerme un temblor y, al ponernos en ruta, se convierte en vendaval.
Hoy voy a escribir con ese vendaval entre mis dedos, dedicándole este extraño artículo a ellos, a los que sobreviven, a los que sobrevivirán: a mi Gente Maravillosa.
Cierro los ojos.
Me encuentro en mi casa, sentado en un viejo balancín que emite un pequeño gemido cada vez que lo impulso con mi cuerpo. Tengo tantas décadas sobre mis espaldas como arrugas cubriendo mi piel, cada una con una historia oculta entre sus pliegues. Mi corazón se encuentra en fase regresiva y, aunque siento que aún le queda cuerda, soy consciente de que, tarde o temprano, todo el mundo comienza a descontar latidos.
Frente a mí, sobre la mesa, está mi viejo globo terráqueo color ocre decimonónico que alguien me regaló cuando era solo un crío. Lo miro, recorro sus letras, sus colores, sus fronteras, en un gesto tantas y tantas veces repetido. Es muy fácil viajar con la mirada, traspasar fronteras con un simple movimiento de pupilas.
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5 centímetros a la izquierda: Vietnam-Laos-Camboya.
10 a la derecha: Ecuador, Colombia, Venezuela.
Realizar una vuelta al mundo con la punta de los dedos es más rápido pero mucho menos divertido que hacerlo con las botas puestas.
Mi memoria me falla. Me cuesta recordar varios de aquellos rincones visitados y, si no fuese por las letras garabateadas de mis cuadernos, muchos estarían ya en el cementerio de los recuerdos que nadie quiso. Pero hay algo que aun resiste. Erguidas, brillantes, situadas frente a mí, con sus rostros y expresiones, sus voces y sonrisas, están ellas, las personas: mis Personas Maravillosas.
Pragya, Shweta y Deepma vuelven a sonreír en mi memoria. Las embarradas calles de Mathura, en el corazón recóndito de India, vuelven a salpicarme con su recuerdo, aquella noche que Deepma me rescató de la oscuridad y me llevó a la casa de su familia, donde me hicieron hermano.
La imagen cambia y aparece Justin, aquel viajero malayo que alojé en mi piso de Ronda de Segovia y que me abrió la puerta de su casa y la de su familia cuando mis pies tocaron el suelo de la tórrida Malasia.
Comienzo a oír voces: son cantos en japonés. Veo a mi querido Juan bailando con la que se convertiría en su familia. Las veladas de Osaka fueron como aquellas del Madrid de los viejos tiempos, cuando las noches sabían a cerveza, blues y pipas de girasol en La Coquette.
El azul turquesa domina de pronto el plano. Rosalba y el río glaciar que surca las cordilleras del sur de Nueva Zelanda brillan con toda la fuerza de las rutas salvajes del país de mis antípodas. El mismo azul salvaje que vimos durante tres días de expedición por los fiordos indómitos del Queen Charlotte.
El azul de una mirada se convierte en ciudad. Chaouen es un mar terrestre. Sus empinadas calles tienen el sonido de los pasos de Marwa, Yassine y compañía . Marruecos tiene almas tan bellas como injustamente incomprendidas en mi país de origen, una España que a veces juzga antes de conocer en persona.
España…
La imagen cambia. Hay un atardecer y una mujer con los brazos abiertos en un baño de luz solar. Numa vibra con su arte en los rincones perdidos de Zamora. Gamones y sus Arribes vuelven a transmitirme esa paz milenaria, esa misma que ella y Delfín me enseñaron a percibir a través de su barro ancestral.
Risas. Una niña ríe medio loquita. Como lo están todos los niños, como deberíamos estarlo todos los humanos a lo largo de nuestra vida. No recuerdo su nombre, pero sí su sonrisa, y la de sus padres. Como si fuese su invitado en una tierra a la que no pertenecen, esta familia China me recogió en la carretera y me paseó una, dos y hasta tres veces por las profundidades del coloso Monte Cook de Nueva Zelanda.
Sigo en Nueva Zelanda. Aquel país marcó tanto en los confines de mi memoria que es difícil de olvidar. Están ellos, dos españoles, dos soles en mitad de Queenstown: Silvia y Sergio, compañeros bloggers, amigos casi aun sin conocernos por los lazos que unen a las personas fuera de su patria. Están también ellos, Harry, Lena, la hospitalidad hecha humanos en Wellington.
La imagen se nubla y aparece un olivo frente al océano Pacífico. Junto a él, los miembros de una familia maorí cuyo origen conecta con mis raíces españolas. El viejo sombrero de ala ancha de “Big” John reposa sobre la cabeza de su dueño. Sus 75 años no le impiden tener la misma energía que un adolescente. 4 días en los que es mi amigo, mi padre, mi abuelo. Y Edda, un abrazo que llega desde las más profundas raíces de la tierra, con aire de maga, de sabia, de hechicera.
Oigo un ruido.
Abro los ojos.
Es el viento. Vuelvo a cerrarlos.
Veo a los que estuvieron ahora aquí, conmigo, en mi país, en mi ciudad. Los viajes también traen a personas aunque no estés de viaje. Veo a mi “hermanito”, ese David de mirada traviesa que parece estar tramando algo inconfesable, a Irene con la dulzura extrema de los espíritus inocentes, y a los dos juntos haciendo magia tragando viajes. A Patri, cumpliendo sueños con la misma velocidad con la que los sueña. Veo una Voz, una Voz viajera, una reunión donde almas inquietas se reúnen para hablar de lo que más aman: Diego, Alberto, Alba, Patri, Samanta, Rafa, Valen, Alex, Ori, Miguel, Natalia, Chencho… Veo a más viajeros, travel bloggers pone en sus tarjetas. Un blogger no es sino un disfraz que se pone el que desea hacer de su pasión un trabajo.
Veo a Pablo e Itziar, con tal sabiduría viajera que les lleva a compartir la de otros en sus Jornadas. A Rubén y Lucía, los primeros que me hicieron soñar leyendo letras nómadas sobre una pantalla. Veo a JAAC, a Sara, a Vero a la familia TBV. A Cristina, a Alex ayudándome a hacer sublimes las palabras, a Iosu, a Javi, a Manu, Miguel, Mónica, Lorena, a las Alis, Flapy, Antonio, Cris, Beatrice, Arlene…
Los rostros pasan a toda velocidad, como una ruleta, no me da tiempo a congelarlos a todos. Sus historias me llenan, me transportan, el tuétano de mis huesos guarda un anillo en el que están todos ellos representados, como las edades de una secuoya.
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El sol se filtra por la ventana, “briznas de polvo lunar cruzan la persiana” cantaban Vetusta Morla. Mi mirada las mira, mi corazón las busca. Esas personas no volverán porque no se fueron jamás. El sol proyectado sobre la pared hace de cinematógrafo y en ella se reproduce la única película donde todos son protagonistas. Allí seguiré acudiendo a verlas cada día hasta que llegue la última transmisión.
Abro los ojos.
Me limpio una lágrima furtiva que ha aparecido en mi párpado. La miro.
Es hora de levantarse. El viaje aun no ha terminado.
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Joe Dani que bonito, casi me haces llorar y no porque nos nombres, que tambien, si no porque es muy bonito lo que escribes. Como bien dices las personas maravilloras se cruzan en tu vida y dejan huella, vaya que si la dejan. Mil gracias por pasarte por nuestro Queenstown, por hacernoslo pasar tan bien y estoy mas que segura de que nos volveremos a ver en España o donde surja y podremos disfrutar de momentos tan buenos como aqui pasamos. Un beso y un abrazo enorme!!!
Hola Silvia, jeje, mientras sea llorar en plan bien, todo genial. Los ratos pasados fueron de los mejores de este viaje. Gracias por estar presentes en él!! Nos veremos, segurísimo!!! Un besazo!!
Como eres tan bónico Danie? Más gente como tu con esa perspectiva, esa labia, esa sensibilidad y ese buen rollete intrínseco hacen falta en este mundo.
Con ganas de que llegue el TBMTenerife para darte un abrazaco.
Jeje, lo más importante es que sepáis que estáis ahí dentro, en el cinematógrafo. Hay que seguir grabando película 😉
Abrazaco en TBM fijo!!
Maldito, me emocionaste (otra vez). Un abrazo desde la Isla Esmeralda.
jeje, es lo que tienen las palabras inspiradas por Vetusta Morla y por la buena gente 😉
¡Qué grande eres! Y que sensible. Te conozco poco pero te quiero bastante.
Hola Francisco 🙂 Jeje, gracias por ese cariño.
Qué bonito Danié. Si fueras un niño, en el cole dirían que eres un niño especial, y eso sólo tiene connotaciones positivas. Gracias por tus palabras. Un fuerte beso
Jeje, Daví, gracias por estar ahí y hacerme escribir estas palabras.
Otro fuerte beso 😉
Tú que eres tan sabio y tan maravilloso sabes perfectamente que las personas somos seres hechos de emoción. Y la mía ahora está a flor de piel. Gracias por dibujar una sonrisa en mi cara cada vez que apareces por mi vida. Muchas ganas de verte, Dani.
Jeje, gracias Mónica, yo también tengo muchas ganas de veros de nuevo. Falta poquito para que vuelva a zascandilear por España.
Un abrazote!
Precioso Dani, eres un artista en todos los sentidos. Un abrazo amigo.
Nata, espero poder daros más arte (y que lo provoquéis vosotros). Un abrazote amiga
Viajar por el mundo te hace recorrer también el interior de las personas y dejar recuerdos recíprocos en el corazón, como fotos impresas por las dos caras. Ya sabes dónde tienes tu casa: en esa bola del mundo que gira a tu voluntad. Saludos.
Precioso, 😉 Sí, esa bola del mundo es mi casa. Y me alegra saber que los recuerdos sean fotos a dos caras. Un abrazo hasta Gamones desde la otra punta.
Qué bonito Daniel!!! Es un orgullo tenerte en esta loca familia de los viajes!
Hola family, un gustazo poder vivir cosas junto a vosotros.
Que bonico eres… yo te guardo entre esas personas maravillosas que un día se cruzaron y que se mantienen en mi corazón… eres el niño de la sonrisa en los ojos!! Ahora además eres una de las personas a las que envidio cada vez que te veo por el mundo! Disfruta de esa vida maravillosa que has escogido!!
Rosa, que bonitas palabras. Es una felicidad saber que después de tanto tiempo alguien te sigue guardando en un lugar especial, aun pese al tiempo sin vernos (el cual, cada vez me digo más que se tiene que acabar.. umm). Un besazo enorme y gracias por estar siempre ahí.
Precioso Dani, muy, muy bonito
🙂 gracias Julia, cuando un artículo lo motiva la gente, salen cosas bonitas
¡Pero qué bonico! Gracias por incluirnos, es un regalo encontrarse con tu poesía en Madrid o de viaje por el mundo 😉
jeje, de nada bonicos, cuando las cosas salen de dentro, es mucho más fácil escribir. Un abrazote!!
Brindo por el día que envolviste tu corazón en un puño para derramar estas letras. ¡Salud!
jeje, brindemos pues 😉 Un abrazote artista
Ahí voy de nuevo… El comentario de antes se perdió en la incertidumbre de una conexión deficiente de Internet. Decía que al final, lo importante es la gente que te acompaña. Tanto a Cris como a mí nos hace ilusión saber que tenemos los cronómetros sincronizados. Gracias por pensar en nosotros. ¡Y adelante con las palabras!
Jeje, es lo más bonito cuando encuentras a alguien con quien sincronizar los relojes. Los nuestros están sincronizados desde la distancia, pero un pequeño empujón de forma presencial también se hace necesario. A mi vuelta (o sea, en dos días).
Simplemente, gracias. Por ser como eres y por permitirme formar parte de tu mundo
jeje, gracias a ti por estar ahí sumando segundos!
Sin dudarlo, podemos decir que es de las entradas más bonitas que hemos podido leer. Viajar te da experiencias inolvidable y te permite descubrir personas maravillosas. Enhorabuena por el artículo, ojalá todo el mundo sea capaz de iniciar aventuras; sin duda, si no viajas te pierdes uno de los mayores regalos que te puede dar la vida.
Muchas gracias por el comentario. La gente lo es todo, sin ella, no habría salsa en el planeta para condimentar los paisajes que encontramos.
¡Un saludo!
Me parece fabuloso.
Realmente vivir esas experiencias es algo soñado.
No todos podemos, pero para los que pueden pues que disfrute. me encantaron las fotos.
Gracias.