Es posible que te hayas cruzado con él en alguno de tus viajes, que te hayas encontrado, sin darte cuenta con aquel hombre…
El hombre que se convirtió en paisaje.
Los más ancianos del lugar, aquel pequeño pueblo de la costa atlántica, cuentan que la última vez que fue visto sucedió durante una cálida tarde de primavera, antes de que sus ojos se volviesen luz y sus cabellos se hiciesen atmósfera.
Ya desde niño, recuerdan, su mirada buscaba hasta en la más remota de las intimidades de todo aquel que se cruzase con ella. Movía sus dedos y sus manos como recogiendo pequeños hilos invisibles esparcidos por el aire, como dirigiendo una orquesta silenciosa reunida en torno a su cuerpo.
Conforme fue creciendo, la gente que tenía a su alrededor le miraba con estima aunque también con cierta reserva. Pero eso era hasta el momento en que cruzaban varias frases y se daban cuenta de que no solo se relacionaba igual que ellos, conversando con una voz atenta, limpia y clara, sino que siempre encontraba las palabras adecuadas para aquel que se acercase.
Pasados los 20 años y aun distantes los 30, comenzó a ausentarse de su pueblo natal y a regresar cada cierto tiempo con historias de lugares increíbles, de horizontes infinitos, de colores deslumbrantes.
Contó la historia, por ejemplo, de aquel lugar en el que los hombres navegaban por la arena y dormían arropados por un manto de estrellas.
La historia de aquel lugar donde el cielo y el suelo eran de un blanco brillante y estaban unidos por sus extremos, haciendo posible caminar cabeza abajo, por encima de la tierra.
Habló de países que estaban tapizados de un verde esmeralda a lo largo de miles de kilómetros, donde los árboles eran gigantescas patas de dragón apoyadas sobre la maleza.
Habló de aldeas flotantes donde sus habitantes caminaban sobre el agua y donde el suelo servía de espejo a las nubes, que lloraban desconsoladas durante estaciones enteras, inundando todo con millones y millones de lágrimas.
Siempre, después de sus viajes, regresaba y contaba sus historias, que eran escuchadas por todas las personas, aunque casi nadie las creía, pese a que sus ojos seguían hablando con la inocente franqueza de su infancia.
Pero el tiempo y la crueldad del hombre a veces no tienen clemencia y, sintiéndose cada vez más incomprendido, se fue alejando de los habitantes que le rodeaban.
Sus ausencias se hicieron mayores y sus presencias en su pequeño pueblo al lado del mar, efímeras y escasas, se limitaban a pequeños contactos con aquellos pocos (cada vez menos) que aun le estimaban.
Estos pocos, los mismos ancianos que aun le recuerdan, cuentan algo que les resulta difícil de explicar: después de cada regreso fueron notando que su amigo estaba cambiando y adquiriendo aspectos que no habían visto nunca en una persona.
Su piel se fue volviendo de un tono cada vez más blanquecino, como si fuese transparente a la luz y al mismo tiempo la reflejara.
Sus ojos, de un azul profundo durante toda su vida, fueron tomando diferentes tonos: verdes con destellos dorados unas veces, otras marrones cobrizo con vetas anaranjadas…
Sus cabellos rubios se fueron intercalando con mechones níveos, castaños y pelirrojos.
Su voz se fue haciendo cada vez más tenue, llegando a ser apenas un suspiro, limitando sus expresiones a largos silencios, frases sencillas y cortas y numerosos monosílabos.
Y así llegó aquella última tarde, la última vez que lo vieron, aquella cálida tarde de primavera.
Él se acercó a todos y cada uno de los pocos que aun le acogían con confianza y, sin emitir palabra, les clavó sus ojos con aquella misma mirada que dirigía cuando era niño, aquella que penetraba hasta la más tierna intimidad de sus entrañas.
En sus ojos, relatan ellos con estremecimiento, vieron un sinfín de colores, unos iris que eran imposible que fuesen humanos y sintieron, a través de aquella mirada, que aquel hombre ya para siempre se esfumaba.
Tras el encuentro con cada uno, el hombre se alejó con paso lento, firme y decidido por el camino que llevaba hacia la playa.
Pasados unos minutos, una hora quizá, vieron cómo un extraño cúmulo de nubes se reunió sobre la costa y comenzó a descargar una lluvia torrencial como nunca antes habían presenciado, haciéndoles recordar aquella historia del millón de lágrimas que inundaban países enteros.
La lluvia no bajaba de intensidad pero en la línea del horizonte comenzaron a ver, a través de un pequeño hueco que apareció entre las nubes, los destellos de un sol que luchaba por hacerse paso.
El sol fue ganándole espacio a las nubes, que aun así no cejaban en su empeño… De pronto, estas detuvieron su azote, se abrieron, volvieron a su textura blanca y algodonosa y descubrieron un cielo de profundo azul zafiro.
Y entonces todos los habitantes del pueblo lo vieron.
Como un gigantesco arco de medio punto, el arcoíris más salvaje que jamás vieron sus ojos se formó a lo largo del horizonte. Pudieron ver, por vez primera y con nitidez casi palpable, todos y cada uno de los colores que oculta el espectro visible.
Aquel arocoíris duró más que ningún otro de los que recordaban, hasta que el sol se fue acercando al punto de ocaso, momento en el cual, comenzó a desvanecerse, a hacerse etéreo y a disiparse en una luz blanquecina que fue tragando todos y cada uno de los colores.
El pueblo entero había salido de sus casas a observar el espectáculo, asombrados y extrañados por el origen de tan raro fenómeno.
Pero solo unos pocos, aquellos que recibieron la mirada de aquel hombre momentos antes de la tormenta, supieron reconocer en aquel espectáculo los mismos colores que habían visto dentro de sus ojos, unos ojos que eran más celestes que humanos.
Ahora, ya ancianos, esos hombres relatan la historia de un arcoíris que, cada primavera, aparece centelleando durante varias horas en el horizonte y reconocen en él a aquel hombre, aquel amigo que muchos años atrás desapareció sin dejar rastro.
Al hablar con ellos uno puede escucharles relatar, con voz potente y resuelta, que su viejo amigo decidió convertirse en aquello que durante toda su vida le había hecho sentirse más vivo y comprendido.
Y desde aquel momento, no dejan de recordarlo relatando la increíble historia del hombre que se convirtió en paisaje.
Muy poético y real como la vida misma, pero sólo de la de aquellos que se atreven a caminar más allá del horizonte
Muchas gracias Carlos, este relato ha salido de mi en un momento bastante regulero emocional e intenso de búsqueda. Ha supuesto en parte como un paso terapéutico para mi.
Un abrazote!
Preciosisísimo.
Gracias poetisa!!
¡Mágico! Un bello relato, y un bello arcoíris… Todos deberíamos ir convirtiéndonos poco a poco en paisaje.
Jeje, gracias amigo mío, un poco de paisajismo personal debería estar incluído en la escuela ya desde niños 🙂
¡Ains Dani qué emocional! Y las fotos chulísimas como siempre! Me encanta! Un besoteee
Hola Ara!! Me alegra que te guste, jeje, este texto es especial, pues ha salido de mi en un momento en que necesitaba que saliese. Un abrazote!!
Love it! Eres un crack!
Gracias Alber!!!!
Precioso… Siento ser escueta pero no puedo decir más
jajaja, que te haga ser escueta a ti ya dice muuuucho 🙂
Hermoso, mucho!! Gracias por poner tanta belleza en la pantalla 🙂
Me estáis sonrojando, a este paso voy a servir de chupachups de fresa… 🙂 Gracias Ali por el elogio 🙂
Precioso Dani! Muy CREATIVO 😉 y las fotos una pasada.
Hola Lucía! Me alegra que te haya gustado! Contando con que ahora estáis en las nubes con lo que estáis viviendo, es un piropo que me llega aun mucho más 🙂 Un abrazote!!
Muy bonito relato, ojalá todos terminaramos conviertiéndonos en un paisaje y se nos recordara así 🙂
Hola Mar! Gracias por tus palabras! Ojalá todos seamos paisaje en algún momento de nuestra vida 🙂
Genial Dani, me encanta este tipo de relatos… ¿ficción o no tanto? (por momentos me he sentido identificado…)
Un abrazo y por favor, sigue escribiendo cosas como esta!
Hola Javi! Jeje, esto es la razón principal por la que comencé el blog… para escribir así sobre las cosas que me lo inspiren. Me alegra que te hayas sentido identificado 🙂 Esto me ha venido en un momento que tenía que salir de mi interior y dice mucho….
Seguiré escribiéndolas, tranquilo 🙂 Un abrazote!!!!!!
Precioso. Muestras tu gran sensibilidad, imaginación, poesía. Muy buena relación entre el texto y las fotos. Lo leo hoy, pero lo escribiste el día de mi cumpleaños. Siento no haberlo leído entonces pues ahora entiendo que era mi regalo de tu parte.
Sigue, sigue, gran escritor, gran viajero y gran hombre. Un abrazo
Jeje, que bonita ¿casualidad? entonces. Feliz cumpleaños retrasado y me alegro que este relato haya ejercido como regalo secreto de tu día! Seguiré escribiendo, de hecho ahora más que nunca 🙂
Un abrazo!
Un gran relato, Dani. Te lo he dicho muchas veces: dentro de ti hay un escritor esperando a salir. Cómo eres un tío inteligente, sabes esperar para dar ese paso. Gracias por tus bellas historias. El objetivo de todos los viajeros debería ser convertirnos en paisaje.
Hola Miguel, qué subidón cada vez que leo cualquier comentario tuyo. Me alegra que te haya gustado el relato (que tiene bastante de autobiográfico en un momento de mi vida).
Un abrazote, amigo!