Última actualización 27/09/2017 por Dani Keral
El 4 de julio siempre había sido para mi Will Smith noqueando de un puñetazo a un alienígena y salvando al mundo junto a Jeff Goldblum en Independence day. Eso y montones de yanquis cantando fervorosamente el himno estadounidense con el pecho henchido mirando su «star spangled banner» con lágrimas en los ojos.
He de admitir que era algo que me causaba una ligera sensación de «rechazo» ese ardoroso patriotismo (cosa que en mi país, España, solo sucede en eventos deportivos donde compite la selección nacional).
Pero las circunstancias llevaron a que viviese en mis propias carnes el…
DÍA DE LA INDEPENDENCIA DE LOS ESTADOS UNIDOS DE AMERICA
(siguiendo el rollo glorioso «hollywoodiense»)
Y fue una de las experiencias más aclaradoras, sencillas y agradables que recuerdo de mi viaje por USA.
La suerte fue que el lugar en cuestión era West Yellowstone, un pequeño pueblo de Montana. Vivirla en un lugar tan pequeño me permitió ver la celebración en toda su profundidad y sencillez.
[su_note note_color=»#fb8f86″ text_color=»#000000″ radius=»11″]Desempolvando un poco la memoria, este día marca la firma de la Declaración de Independencia en 1776 en la cual el país proclamó su separación formal del Imperio británico. A raíz de este tratado comenzaría la Guerra de Independencia que duraría 7 años, finalizando en el Tratado de París.[/su_note]
¿Y qué hay de todo esto en la celebración del 4 de julio?
Pues todo. Ahora lo explico.
El día comenzó con un llamativo cambio en los alrededores. La bandera estrellada, ya de por sí bastante presente por las ciudades, pueblos y carreteras del país, apareció expresada a la enésima potencia.
Comenzaba a vivir el día de libertad «oficial». Así podría definirse. (Casi) todo en el país hace una excepción el 4 de julio: la ciudad se detiene y la gente se dedica a su propia libertad.
Repelido en un inicio ante la más que previsible indigestión de colores azul, rojo y blanco, mi sensación fue cambiando al ver que empezaban a suceder cosas curiosas a mi alrededor.
La gente comenzó a aparecer con una enorme sonrisa en los labios (muchos de ellos acompañados de algún símbolo patriótico), pero parecía que, de repente, todo el mundo se sentía más feliz, más cercano, más dispuesto a abrir su alegría con quien estuviese a su alrededor.
Todos parecían dirigirse hacia un mismo lugar: el centro del pueblo. Como hormiguitas reuniéndose alrededor de un mendrugo de pan, grandes y pequeños, algunos con mesa, silla y comida en mano, comenzaron a formar un enorme círculo en el césped, en torno al pequeño escenario montado para la ocasión.
Ahí estaba el núcleo del 4 de julio. Un día en el que familias, amigos, ancianos, niños, adolescentes se reunían todos, toditos, en un mismo lugar para comer, hablar, escuchar música y, sobre todo, celebrar su independencia.
Aquí vino el matiz del que aprendí.
Su independencia personal y colectiva. Se sentían libres de abrirse, al menos por un día, al resto de gente con los que compartían el mismo sentimiento. Se sentían orgullosos de estar en un lugar que les permitiese, al menos, un día para conectar con el sentimiento más poderoso para un ser humano: SU CAPACIDAD DE SER LIBRE.
Los niños eran niños, los adultos eran adultos pero, más que nunca, también niños.
Hablando con los lugareños, el mensaje que me llegaba era diferente al que tenía metido en mi cabeza del estadounidense prepotente y orgulloso vanagloriándose de su nación hegemónica y poderosa. Este era el símbolo de un día en el que un pueblo manifestó su necesidad de ser independiente ante otros poderes dominantes externos.
Ese hombre de mediana edad barbudo y con cara de bonachón, llegado desde Utah con el que compartí una conversación no hablaba de poder y gloria, de verdad absoluta y superioridad moral. No. Hablaba de libertada personal y alegría de compartirla, al menos una vez al año, con todos los que estuviesen a su alrededor, fuese su hijo o un español llegado desde un Madrid que, me confesó, ignoraba dónde se encontraba.
La música invadió la tarde. Bandas de jóvenes rockeros versionaban, una tras otra, joyas de la música norteamericana: Chuck Berry, Jerry Lee Lewis, Elvis, BB King… Grupos de chicos y chicas adolescentes bailaban al son del rock ´n roll mientras un partido de béisbol se jugaba a unos pocos metros. Parecía estar transportándome a una película, Peggy Sue apareciendo, de pronto, delante de mis ojos.
La tarde y la noche siguieron con el mismo aire de felicidad con el que dos niños juegan, inocentemente, a buscarse para encontrarse. Trozos de pan partido y compartido que convertían en una sola la masa de gente allí reunida.
Y al final, caída la media noche, llegaron los fuegos artificiales estallando, estallando sobre aquella gente «loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde, arde como fabulosos fuegos artificiales explotando igual que arañas entre las estrellas… y entonces se ve estallar una luz azul y todo el mundo suelta un ‘¡Ahhh!’ » (Jack Kerouac)
Me ha encantado leer las sensaciones que experimentaste al ver a ese pueblo celebrando su día. Es una pena que en España solo se vean banderas en celebraciones deportivas, como bien dices y que llevar una, se relacione con otras cosas….
Llevo una temporada siguiéndote y estoy encantada de haber caido por aquí, me gustan mucho tus entradas (casi todas jajaja). Un saludo
Carmen
(Elimina por favor el anterior, hecescrito mal el correo)
Hola Carmen! La verdad es que sí, en cierto modo me dio una envidia bastante grande esa sensación (que por otra parte es la que veo también en países como Francia, Inglaterra…). Que alegría saber que sigues mis entradas y te gustan (casi) todas 😉 Ya me dirás cuáles te hacen menos tilín, de todo se aprende!
Un abrazote!
Amor infinito a ese pequeño párrafo de On the road!
Me siento igual que tú (te sentías) respecto al acto patriótico, aunque no hace daño a nadie celebrar un día así, es cierto que no puedo evitar sentir cierto rechazo, es como una reacción automática de mi cuerpo, por eso me gusta mucho lo que cuentas así que quizás me replanteé mi punto de vista 🙂
Lo que no termino de encajar es, ¿el resto del año no pueden sentirse libres y/o abrirse de la misma manera? ¿O simplemente es que la solemnidad de ese día enfatiza esos sentimientos?
Hola Valen!
La verdad es que el resto del tiempo fueron 24 dias donde no me integré con tanta efusividad como ese día, por lo que no te sabría decir con seguridad. Lo que sí es cierto es que lo que me fui encontrando fue también con ese mismo cariz (es decir, me fui sorprendiendo con la forma de ser de gente yanqui). A parte, este era un pueblo pequeño pero con bastante afluencia de gente por su cercanía a Yellowstone, por lo que vi quizá, una muestra en pequeño de USA. Quedaría la duda de ¿es así en cada zona de ese cacho país? y… ¿es así solo en su día de la Independencia? Yo creo que en algunas zonas, es así siempre.
En definitiva, lo que pasa en cualquier parte del mundo, ¡imposible generalizar!
efestivamente. Pero la verdad es que la banderita aquí está hasta en la sopa…