Última actualización 26/08/2022 por Dani Keral
Todo el mundo conoce esta bandera:
En 1978, Harvey Milk, activista por los derechos del colectivo homosexual, encargó su diseño al artista Gilbert Baker con motivo de la marcha por el Día de la Libertad Gay que se iba a celebrar el 25 de junio de ese año. La marcha tuvo un éxito apabullante y la bandera se convirtió en el icono que es hoy día. 5 meses después, Harvey Milk fue asesinado.
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Solo una bandera
Solo he usado una bandera una vez en mi vida, y ni siquiera era de tela: me la pinté en la cara. Fue en Madrid, la noche de un verano de 2008. España acababa de ganar la Eurocopa. Era consciente de lo que hacía: el rojo y el amarillo eran (siguen siendo) los colores oficiales de la bandera de España. Y yo quería lucirlos después de que la selección ganara a su contrincante, Alemania.
De lo que no era tan consciente es de lo que significaba ese acto. Simplemente lo hice. Punto.
Hoy es 3 de abril de 2018. Casi 10 años han pasado y los colores de esa misma bandera que dibujé en mi moflete cuelga de muchas terrazas, ventanas, balcones y fachadas de Madrid. Exactamente como ocurría aquel verano de 2008. Pero ahora no hay Eurocopa, ni mundial ni ninguna otra competición deportiva.
En 2008, la gente con la que me cruzaba y llevaba la bandera, sonreía. Eran unas sonrisa eufóricas a las que yo correspondía con otras de la misma magnitud. También me crucé con gente con banderas de Alemania (los contricantes, los enemigos, a los que había que derrotar) y, aunque con una pequeña mueca de tristeza, acababan sonriendo también. Y yo les sonreía. Y al final acabábamos cantando cualquier cosa.
Ahora, la gente con la que me cruzo con esa bandera tiene otra cara. Están serios y, si sonríen, las sonrisas son más excepción que norma. Las arrugas en su ceño muestran que, últimamente, ese pequeño espacio entre los ojos (los órganos que nos permiten ver al «otro») lleva más tiempo fruncido que sin fruncir. Los – breves – momentos en los que una sonrisa asoma en sus caras, no es la misma sonrisa que en 2008. Es una sonrisa que guarda algo… ¿Crispación? ¿Violencia? Y me produce una sensación que no me gusta: miedo.
Cuando me cruzo con gente que lleva la otra bandera, la de Cataluña, los contrincantes, los enemigos, los que hay que derrotar ahora – que, curiosamente, comparte los mismos colores – su cara me produce la misma sensación: miedo.
Las redes sociales se llenan de colores amarillos y rojos (de ambas banderas), acompañados de mensajes que me producen, si cabe, aún más miedo que las miradas.
Y es ahora, 10 años después, con muchos más países recorridos y muchas más banderas vistas, cuando me pregunto: ¿para qué sirve una bandera?
Como siempre, la mejor forma de responder a una pregunta, es buscando una respuesta. Y en este caso, indagando el origen es probable que me acerque a la solución:
¿Cuándo y por qué se creó la primera bandera?
La primera bandera
La primera bandera documentada de la historia no era exactamente una bandera, sino un vexiloide. Se creó en la época del Imperio Persa, durante la Dinastía Aqueménide (550 – 330 a.C.) y se trata del estandarte conocido como Derafsh Kaviani («el estandarte de los reyes»). El motivo de su creación fue el de la identificación de la figura del rey, del líder, siendo uno de sus lugares de exhibición el campo de batalla.
Durante el Imperio Romano, los estandartes también tuvieron una presencia importante y se utilizaban para facilitar los movimientos de tropas durante una batalla, pero al final acabaron siendo un símbolo fundamental del Imperio, de su autoridad y supremacía. Casi siempre estaban relacionadas con las maniobras de expansión de este, diferenciando a unas legiones de otras.
Las banderas, tal y como las conocemos hoy, se comenzaron a generalizar en la Edad Media, a través de los emblemas de los nobles, la heráldica, siendo utilizadas como forma de reconocimiento y representación de los territorios que gobernaban (e invadían).
Poco a poco, las banderas empezaron a diversificar su uso, apareciendo como forma de identificación entre clases sociales, símbolo de religiones, ciudades, e incluso para designar y diferenciar la procedencia de las embarcaciones marinas, naciendo así también un sistema de señales para comunicarse a larga distancia.
Pero fue a partir del siglo XVIII y principios del XIX cuando «surgen las primeras naciones y la necesidad de identificarlas mediante un símbolo, siendo este el origen de la enorme carga simbólica de las banderas» como explica José Manuel Erbez, secretario de la Sociedad Española de Vexilología, en un artículo para el diario El País. Los ejemplos principales de esto fueron las banderas surgidas después de dos revoluciones: la estadounidense y la francesa.
La Libertad guiando al pueblo de Delacroix (aunque no simboliza a la Revolución Francesa, como se suele pensar, sino la de 1830), habla por sí sola.
Y llegamos al siglo XX. Un período en el que algunas banderas fueron un emblema de lo peor que puede hacer el ser humano.
Entonces, ¿para qué sirve una bandera?
Visto el origen, leída la historia, vuelvo a formular la pregunta: ¿para qué sirve una bandera?
El común denominador de todas las respuestas posibles se resume a esto: servir de identificación para una persona, una ideología o un colectivo con algún elemento en común.
Siendo más claros: para diferenciarse. Para distinguirse.
Y eso es bueno, pues en la variedad está la riqueza. Pero una diferenciación manifiesta (es decir, expresada de forma oficial y voluntaria) de algo que ya es evidente con solo escuchar un idioma o una forma de pensar, provoca otro fenómeno: la aparición de divisiones que, trasladado al territorio, nos lleva a las fronteras, líneas imaginarias que distinguen las posesiones de unos y de otros.
Lo que es tuyo de lo que es mío.
Es decir, nos separa.
Y cuando lo tuyo, por la razón que sea, me parece que es mío (o me apetece que sea mío), traspaso la frontera y lo consigo. Como hicieron todos los imperios, reinos y naciones de los que hablé antes.
Por tanto, una bandera, una manifestación oficial y voluntaria de nuestras diferencias, es algo que, ciñéndonos al común denominador de la historia, solo sirve para crear problemas.
Eso es lo que pensaba (y sigo pensando, en parte), especialmente gracias a mis viajes, donde he ido aprendiendo que una bandera es algo que solo puede generar problemas… Hasta que visité Nueva Zelanda.
Los maorís españoles.
En Nueva Zelanda conocí a una familia maorí, los paniora, cuyo origen es un hombre español que llegó en 1830 a la isla y dio comienzo a una enorme saga de miles de miembros. Estos paniora – que significa «español» en maorí – tienen algo en común que los une y que justifica su presencia en la tierra. Y ese algo es un elemento que para mí, español y conocedor de la historia de mi país, solo ha tenido un componente nocivo: la bandera rojigualda, símbolo implicado en numerosas disputas ideológicos que produjeron diferentes conflictos armados – incluida una Guerra Civil – . Los residuos de estas disputas aún colean hoy día.
Observa esa bandera. Las manos que la sujetan no son españolas, son las de un miembro de los paniora.
Pero él, así como el resto de la familia, es totalmente ajeno a los componentes ideológicos que cualquier persona nacida en España sabe que encierra esa bandera. Para ellos es el símbolo que representa el origen de su familia. La razón por la que están vivos.
Para la familia paniora, la bandera rojigualda no va asociada a República, Monarquía ni Dictadura, los tres ogros que siempre agitan España en un violento debate sin fin, sino que representa el espacio de tierra del que vino el hombre que los engendró, con una cultura, una lengua y un color de piel totalmente diferentes a los de los humanos que habitan Nueva Zelanda.
Eso es lo que significa esa bandera para ellos: la diferencia, expresada de forma manifiesta, pero que no sirve para celebrar un triunfo en una contienda derrotando a un enemigo (en un campo de fútbol, en un campo de batalla) sino para localizar su origen en el mundo, dar sentido a sus tradiciones familiares y celebrar la vida.
Por lo tanto, si para un pequeño grupo de personas que viven en el otro lado del mundo esa bandera, por la que ahora hay tantos enfrentamientos, no tiene ese componente belicoso que conlleva victoria y derrota, me hace pensar que el problema no está en la bandera, sino en la interpretación y el uso que se da de ella.
En el origen con el que se crea esa bandera.
En el objetivo que se busca con esa bandera.
En los sentimientos asociados a esa bandera.
Los paniora se sienten orgullosos de esa diferencia que les otorga su origen español (que muestran en sus reuniones familiares a través de cantos, vestimenta e incluso gastronomía española) porque les aporta un matiz cultural que les hace sentirse más ricos como seres humanos, en lugar de la identificación nacional excluyente (es decir, nacionalista) que se observa, por ejemplo, en el conflicto catalán y español.
Y sí, digo nacionalismo catalán y nacionalismo español, porque ambos son, a su forma, movimientos violentos, belicosos y excluyentes.
Cataluña (una parte de su sociedad) es excluyente a nivel físico (y emocional), queriendo separarse de España para hacer aún más claras su diferencias. España (una parte de su sociedad) es excluyente a nivel emocional, porque a veces no es capaz de aceptar (y permitir) que haya personas de su territorio que se sientan distintas. Lo que está ocurriendo es una nueva batalla entre dos banderas, como sucedió en tiempos del Imperio persa, del Romano o de la Edad Media. En el momento en el que hay dos contrincantes que hacen intercambios violentos (física o verbalmente) usando como símbolo una bandera, pasan a cometer ambos los mismos errores que ocurrieron en el pasado, producto de una delimitación y apropiación del territorio.
Dos contendientes que se empeñan en tener razón.
Como dijo el cantante uruguayo Jorge Drexler en una entrevista para el diario Público:
“Hay dos fuerzas contrapuestas: una, la guerrilla de la concordia, como la llama Antonio Escohotado, formada por personas que apuestan por la empatía; la otra, por aquellas que reafirman su identidad en la diferenciación entre el yo y el otro. Creo que el mundo se divide entre los que han comprendido que los problemas no se resuelven a nivel nacional ni de forma unilateral, y los que no”
Y toca, para mí, la nota exacta cuando dice que “el eje del problema no se resuelve con la frialdad de la legalidad porque implica emociones a muchos niveles”.
Las emociones son las que sienten los paniora al verse enriquecidos por su origen español. Son las que sienten los catalanes que portan la bandera de Cataluña y los españoles que portan la bandera de España, ambos por el orgullo de pertenecer a sus terruños respectivos, con unas características culturales concretas.
El problema surge cuando se quieren imponer esas emociones de pertenencia, más aún por los dictámenes de unas leyes que no entienden de diálogos ni de emociones (llámese declaración de indpendencia, llámese artículo 155).
¿Estúpidas banderas? ¿Estúpidas fronteras? ¿Estúpidos humanos?
Un mundo con banderas y fronteras solo lleva a que, tarde o temprano, surjan conflictos como el de Cataluña y España. Como el de Escocia y Reino Unido. Y somos muy tontos si creemos que, acotando el planeta con líneas imaginarias para manifestar una diferencia que no existe a nivel biológico – aunque sí a nivel cultural – nunca van a suceder problemas de esta índole.
Y encima nos llevemos las manos a la cabeza cuando sucede.
Si el uso de una bandera se llevase a cabo y se ciñese a la esencia que demuestran los paniora al quedarse, únicamente, con la parte positiva de la diferencia cultural que enriquece su forma de ser, todo sería mucho más sencillo.
Pero elegimos la del brazo de hierro que dice que esta tierra es mía y tú te tienes que ir de ella/te tienes que quedar en ella.
Hace tiempo, el artista Rubén Martín de Lucas hizo un corto documental donde mostraba la estupidez de las fronteras – «poseer un trozo de la luna nos parece algo cómico, ridículo, pero ¿y un trozo de la Tierra? ¿Cómo podemos poseer algo que nos trasciende en edad?» – a partir del cual escribí este artículo para Zenda.
Las banderas, cuando dan sentido a la existencia de una frontera, se convierten en entes tan estúpidos como esas líneas imaginarias con las que nos empeñamos en separarnos los unos de los otros. Y hasta que no lo entendamos, no parará de haber conflictos.
Super denso e interesante Dani, de verdad que sí. Enhorabuena por el artículo. Estoy muy de acuerdo en muchas cosas, aunque como siempre cada persona tiene un punto de vista distinto.
A mi punto de ver las banderas es solo un símbolo que une a la gente ya sea por ideología, tradición o cultura. Y si no existieran banderas creo que la sociedad buscaría otro símbolo con el que identificarse jaja Por eso será que yo me aferro a la catalana, porque es donde he nacido me han criado y he crecido con ello. Amo a la cultura de mi tierra, sus tradiciones, costumbres, lengua, paisajes,… En cambio, por desgracia, parece que alzar la bandera española, menos cuando es para el futbol, el resto del tiempo (hablando en genérico) es con racismo, machismo, aplastar al contrincante (qué contrincante me pregunto yo…) y otro tipo de violencia. Por supuesto hay gente que la levanta con otra mirada menos violenta. Así que no creo la solución sea “ay que tontería las banderas, deberíamos olvidarlas”, porque las personas que las alzan con violencia seguirán estando.
El problema, como bien dices, no es la bandera sino el uso que se le da. Tenemos que aprender todos a comprendernos más, sonreírnos y aceptarnos. Ya que las banderas hoy en día significan naciones, no veo más que riqueza detrás de ellas porque eso me despierta la curiosidad por saber qué personas hay detrás y cuál es su cultura.
Cuanta razón tienes, Dani. Al final el problema no es la tela de la bandera ni las rayas de las fronteras, sino cómo lo sentimos nosotros. Si en lugar de ver a “los otros” como los malos pudiéramos aprender de las diferencias, nos enriqueceríamos en vez de enfrentarnos. Algún día…
Mientras tanto tenemos mucho que aprender de Big John 🙂 Me encanta esa foto.
Excelente artículo. Clarificador y valiente. Nos dejamos llevar por pseudo líderes que con frecuencia solo buscan su propio beneficio. Y por los miedos que nos invaden cada día y los medios magnifican con sus altavoces interesados. Olvidamos que todos somos seres humanos y compartimos esta Tierra, por poco tiempo.
Un artículo muy interesante y de obligada reflexión.
Hoy, dónde todo se intenta globalizar, hay quien quiere seguir pensando en individualidades y segregación.
Como bien dices, si no puedo tener una parte de la luna por qué poseer una de la tierra.
Pero el componente ideológico, religioso y social se impone siempre a la razón.
Ojalá las telas de las banderas sirvieran para vestir y dar cobijo a todos los pueblos y no para separarlos.
Felicidades por el escrito.
Los seres humanos necesitamos sentir que pertenecemos a un grupo y también aplacar el desasosiego que nos produce desconocer qué hay más allá de la muerte.
Por eso bandera y religión son sistemáticamente utlizados para manipular y enfrentar a las masas y plantar la semilla de la guerra.
El problema de la “guerrilla de la concordia” es que siempre estaremos en inferioridad numérica, porque los seres humanos capaces de pensar por nosotros mismos somos minoría.
Un post super interesante, muchas gracias. Me ha encantado, el video (corto) documental está muy trabajado. Un saludo.
Acabo de leer tu post. Muy bien razonado y muy bien sentido. De acuerdo estoy. Eres un tio estupendo. No,sabia lo delos Paniora. Dos veces en N. Z. Y no me habia enterado.
Hola Francisco, qué bueno leerte de nuevo. Me alegra que lo hayas leído y contestado, cuando lo escribí, uno de los que tenía más ganas de que lo leyese eras tú, por tanto como has viajado y tanto como conoces. Lo de los paniora es de esas cosas que encuentras buscando y rebuscando historias. Siempre se encuentra algo 🙂
¡Un fuerte abrazo!
Brillante artículo!!! Felicitaciones!!! Lo usé (con la correspondiente cita) para hacer una actividad para el día de la bandera acá en Argentina. Gracias!!!
Hola Cynthia, muchas gracias por tu comentario. Me hace mucha ilusión que te haya servido mi artículo. Me produce también bastante curiosidad cómo fue la acctividad que hiciste, ¡cuéntame un poco más!