Última actualización 25/09/2024 por Dani Keral
Nara y Kioto son vecinas. Para que nos entendamos, pongo un ejemplo: Osaka es la modernita, la que lleva las Ray-ban Wayfarer tintadas color «verde Moquete» (el de Cazafantasmas) y Nara y Kioto son las vecinas más tradicionales… las que llevan peineta y mantilla.
Vale, vale… quizá el ejemplo no es el mejor del mundo, pero sirve para que captéis el punto.
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Nara y Kioto
Nara
Nara es conocida por muchas cosas.
Por su gran templo Toda-ji, la construcción en madera más grande del mundo,
con su estatua de Buda, el daibutsu, de tamaño apabullante (56 × 50 × 50 m). En la imagen, una reproducción de una de las «manitas» del buda.
sus ciervos sika, mensajeros de los dioses para el sintoísmo, que vagan libremente por la ciudad…
La ciudad en sí es una simple y pura gozada. Pequeña y tranquila, es un reducto en mitad de la naturaleza con su parque-bosque repleto de templos (y ciervos) a los pies del pequeño monte Wakakusa.
Solo un simple callejeo ya puede bastar para visitarla… pero lo cautivador es que te incita a hacer decenas de veces ese paseo para perderte por sus calles y caminos llenos de musgo.
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Kioto
Kioto es la hermana mayor. Como antigua capital de Japón, esta ciudad es más compleja… mucho más compleja. Para verla hay quien necesita varios días y hay otros que casi ni saldrían de ella.
Hablar brevemente de Kioto es una utopía, así que me limitaré a hablar y que salga lo que sea.
En Kioto la modernidad y la tradición se juntan de una forma espectacular. Gran ciudad sin un solo rascacielos, su belleza está en sus barrios, sus calles, sus templos y, por supuesto, su historia.
Templos hay muchos. Muchísimos, y un buen puñado de ellos de lo mejor que hay en Japón. No voy a explicar nada de ellos, para ello Flapy ya lo explica de forma espectacular, solo diré pinceladas, emociones.
Cada templo aporta algo, es como un pequeño festín de pequeños platos, donde cada uno tiene algo que lo hace especial y distinto al resto… sus colores, su tamaño, su construcción, los “extras” que lo rodean.
Así tenemos, por ejemplo, al espectacular templo Fushimi Inari Taisha, con su infiniiiito camino de torii (el arco tradicional japonés que suele encontrarse a la entrada de los santuarios sintoístas) extendido por todo el monte Inari, en el cual se encuentra el templo.
Otro clásico imperdible de Kioto es el Pabellón de oro… Bello, muy bello… pero desquiciantemente masificado a no ser que madrugues como un bellaco… el precio de la fama.
Otra de las bellezas se encuentra en sus bosques de bambú. El más conocido está al noroeste, cerca de Arashiyama, pero se puede encontrar algún otro, por ejemplo, en el ya mencionado monte Inari (si te sales del recorrido de Toris).
Pero si me preguntasen, así a bocajarro, qué es lo que más me gustó de Kioto, diría que no son ni sus templos ni sus bosques… sino sus barrios.
Perderse callejeando por el tradicional, turístico y mágico barrio de Gion es una de las cosas más especiales que se pueden vivir en Kioto. Si hay suerte (que yo no la tuve) puede que captures alguna imagen de alguna geisha o alguna maiko… pero afortunadamente se ven decenas de “copias de geisha”, de empresas que maquillan y fotografían por las calles a aquellos que quieran pagar el módico precio.
Y más allá de Gion, mi mejor recuerdo me lo llevo de la zona de callejuelas cerca del Funaokayama park, concretamente las que se encuentran alrededor del Funaoka Onsen , para mi el mejor que he probado en Japón (no he probado muchísimos, también he de decirlo) y a un precio de risa, 410 yen.
Sus calles, con aire puro japonés, están vacías de turistas, algo altamente complicado de conseguir en una ciudad como Kioto.
Las ciudades japonesas parece que tienen esa extraña mezcla entre tradición y modernidad (que se siente a cada instante callejeandolas), pero Nara y Kioto… Nara y Kioto prefieren la peineta a las Wayfarer.
3 comentarios en «Nara y Kioto: tradición y (algo de) modernidad.»