Sucedió en Oviedo, la mañana del 13 de enero de 2008, un día después de la muerte del poeta:
«Querida Susi:
Alguna vez tenía que ser, esto no hay quien lo evite. Sólo por una razón me entristece la muerte, porque ya no voy a volver a verte. Gracias por toda la felicidad que me diste.[…] Con ese inmenso amor pienso y pensaré siempre en ti.
Un beso muy largo, interminable.»
Ángel.
El día del entierro de Ángel González, su amigo y también poeta, Luis García Montero leyó la carta que este le había dejado en custodia para que fuera abierta el día de su muerte. Susana, su viuda, escuchó así las últimas palabras del hombre que, ya antes de morir, se había hecho eterno.
Nacido en un áspero mundo
A Ángel González le enseñó a escribir poesía la tuberculosis que estuvo a punto de matarlo en 1943, con solo 18 años. Aislado en la montaña, a modo de terapia, en la aldea de Páramo de Sil y rodeado únicamente de libros de poesía (ya que «las novelas se gastaban»), Ángel comenzó a alimentar su mente con los versos de Lorca, Juan Ramón Jiménez, Alberti… «pocos, pero doctos libros juntos», como escribió Quevedo en «el Parnaso español».
Superada la enfermedad, el poeta ovetense se desplazó a Madrid, donde consiguió plaza en la administración pública, en un puesto más monótono que creativo pero que aseguraba estabilidad y le permitía tiempo suficiente para escribir. De esta forma, creando poemas en su mesa de oficina en renglón seguido para que nadie detectase lo que estaba haciendo, se dejó llevar por lo que realmente le golpeaba por dentro y publicó su primer libro de poemas, «Áspero mundo»...
Yo sé que existo
porque tú me imaginas.
Soy alto porque tú me crees
alto, y limpio porque tú me miras
con buenos ojos,
con mirada limpia.
Tu pensamiento me hace
inteligente, y en tu sencilla
ternura, yo soy también sencillo
y bondadoso.
Pero si tú me olvidas
quedaré muerto sin que nadie
lo sepa. Verán viva
mi carne, pero será otro hombre
—oscuro, torpe, malo— el que la habita…
…al cual le siguió «Sin esperanza, con convencimiento». Entre Barcelona y Madrid, relacionándose con otros poetas como Gabriel Celaya, Jaime Gil de Biedma o José Agustín Goytisolo, se fue formando la que se llamaría la «Generación del 50», marcada por el sentimiento de decepción por aquella España de la posguerra, un sentimiento de derrota, de fracaso, del que no eran responsables pero que les afectaba…
Te llaman porvenir
porque no vienes nunca.
Te llaman: porvenir,
y esperan que tú llegues
como un animal manso
a comer en su mano.
Pero tú permaneces
más allá de las horas,
agazapado no se sabe dónde.
… Mañana!
Y mañana será otro día tranquilo
un día como hoy, jueves o martes,
cualquier cosa y no eso
que esperamos aún, todavía, siempre.
…y les llevaba a hablar con espíritu crítico de lo que sucedía a su alrededor:
Sí, fue un malentendido.
Gritaron: ¡a las urnas!
y él entendió: ¡a las armas! -dijo luego.
Era pundonoroso y mató mucho.
Con pistolas, con rifles, con decretos.
Cuando envainó la espada dijo, dice:
La democracia es lo perfecto.
El público aplaudió. Sólo callaron,
impasibles, los muertos.
El deseo popular será cumplido.
A partir de esta hora soy -silencio-
el Jefe, si queréis. Los disconformes
que levanten el dedo.
Inmóvil mayoría de cadáveres
le dio el mando total del cementerio.
El tiempo pasó y una sorpresa tocó a su puerta: fue invitado a dar conferencias de literatura española en varias universidades de Estados Unidos. Atraído por la docencia y con unos americanos fascinados por la gran sabiduría del poeta, finalmente fijó su residencia en el país, con visitas esporádicas a España, especialmente durante sus últimos años de vida. Tras su mudanza a América, fue cuando conoció a la que sería su segunda esposa, Susana Rivera, por la que surgió un amor que se hizo presente incluso cuando su cuerpo ya se había convertido en ceniza…
Largo es el arte; la vida en cambio corta
como un cuchillo
Pero nada ya ahora
—ni siquiera la muerte, por su parte
inmensa—
podrá evitarlo:
exento, libre,
como la niebla que al romper el día
los hondos valles del invierno exhalan,
creciente en un espacio sin fronteras,
este amor ya sin mí te amará siempre.
Y es que el amor, intercalado con sus tantos poemas de crítica y desaliento, conforma uno de los núcleos más poderosos de la obra de Ángel González…
Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto,
haría un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
—de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso—;
entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando —luego— callas…
(Escucho tu silencio.
Oigo
constelaciones: existes.
Creo en ti.
Eres.
Me basta).
…llegando casi hasta lo erótico:
Escribir un poema se parece a un orgasmo:
mancha la tinta tanto como el semen,
empreña también más, en ocasiones.
Tardes hay, sin embargo,
en las que manoseo las palabras,
muerdo sus senos y sus piernas ágiles,
les levanto las faldas con mis dedos,
las miro desde abajo,
les hago lo de siempre
y, pese a todo, ved:
no pasa nada.
Lo expresaba muy bien César Vallejo:
«Lo digo, y no me corro».
Pero él disimulaba.
Ángel González se convirtió, por méritos propios, en uno de los grandes escritores españoles del siglo XX, hecho que se vio confirmado con su nombramiento como miembro de la Real Academia Española de la Lengua, ocupando en 1997 el sillón P.
Amigo de grandes artistas y cantantes, como Sabina o Pedro Guerra, Ángel González experimentó nuevas formas de extender sus creaciones, como el audio libro musical «La palabra en el aire», creado de forma conjunta con Pedro Guerra.
https://www.youtube.com/watch?v=be70bvHP2pk
A los que admiramos a Ángel González, lo hacemos por su sencillez, por la claridad de sus versos (la cual, como él mismo decía, era lo que buscaba) y la mezcla de realidad, crítica social, amor, humor e ironía:
Dos soldados se amaban tiernamente.
Grababan en las balas las iniciales de sus nombres propios
elegantemente entrelazadas
-quizá con un punto de cursilería-.
Intentaban de ese modo llevar su amor al corazón de todos los hombres,
lo que estaban logrando
con licencia de armas,
perseverancia y buena puntería.
Aprendí de esta historia
que a los hombre educados en el desprecio
hasta el amor les sirve para expresar su odio
Para Ángel González, escribir se convirtió en un acto reflejo, como sonreír ante un chiste bien contado o retirar la mano ante un peligro inminente. Formó parte de su ser, de su instinto y no hizo partícipes de ello hasta el día de su muerte, aquel 12 de enero de 2008. Se aferró a la vida aguantando en cubierta durante todo el recorrido, aspirando cada olor, capturando con todos sus sentidos cada pedazo del mundo, como aquel río sobre el que un día escribió:
Avanzaba de espaldas aquel río.
No miraba adelante, no atendía
a su Norte – que era el Sur.
Contemplaba los álamos
altos, llenos de sol, reverenciosos,
perdiéndose despacio cauce arria.
Se embebía en los cielos
cambiantes
de otoño:
decía adiós a su luz.
Retenía un instante las ramas de los sauces
en sus espumas frías,
para dejarse irse -o sea, quedarse-,
mojadas y brillantes, por la orilla.
En los remansos
demoraba su marcha,
absorto ante el crepúsculo.
No ignoraba el mar ácido, tan próximo
que ya en el viento su rumor se oía.
Sin embargo,
continuaba avanzando de espaldas aquel río,
y se ensanchaba
para tocar las cosas que veía:
los juncos últimos,
la sed de los rebaños,
las blancas pidras por su afán pulidas.
Si no podía alcanzarlo,
lo acariciaba todo con sus ojos de agua.
¡ Y con qué amor lo hacía !
El mismo amor, exactamente el mismo amor, con el que los que le admiramos, ya sin él, le amaremos para siempre.
Nota: para los que me leéis habitualmente, este artículo quizá os choque un poco, ya que no es de viajes propiamente dicho… Para mí, la poesía es una de mis mejores formas de viajar, por eso he querido compartir con vosotros la gran obra de Ángel González, espero que os haya picado la curiosidad por él.
Muy fan de Ángel González. Me acuerdo del día que se fue….Yo he de reconocer que me enganché (hace años) a la poesía gracias a Luis García Montero, Benjamín Prado, y sobre todo, sobre todísimo: Ángel González.
“Si yo fuese Dios”…
Si no has visto el documental de “Aunque tú no lo sepas” (que supongo), te emocionará. Yo fui dos veces a sus presentaciones, e iría una tercera vez. A ver si cruzo el charco pronto de nuevo jejejeje Un saludo!
Jeje, lo vi, es súper emocionante. Y también a García Montero lo leo y releo, es una gozada cómo juegan con los versos. Cuando lo cruces nos vemos y poetizamos! Abrazoteeeee